"Hay momentos en que las
explicaciones son limitadas y las metáforas logran más cercanía, sobre todo si
de emociones se trata "– Adriana Murillo
No es el tiempo el que nos falta. Somos nosotros quienes le faltamos a él. - Paul Claudel
Que día, al final tuve que suspender mis consultas y mi
taller de filosofia que iniciaba con los niños, me agarró un poco de fiebre y
el malestar acostumbrado, la verdad estuve mas de 30 días muy bien, y el día de
ayer fue terriblemente agotador, y nuevamente me ha cobrado la factura. He avanzado por que ya no me siento con culpa
al tomar estas decisiones, espero con todo el corazón que la gente pueda
comprenderlo, agradezco a quien lo hace y me brinda la oportunidad de poder
ayudarles y continuar con mi vida activa como profesionista lo más que se
pueda.
No niego que flaqueo, al final me salen mis lágrimas cuando
pienso que intentar retomar el ritmo y levantar el instituto me implica fuerzas
físicas también, además de las que mi espíritu pueda tener, y que me duele
hacer estas pausas y no sentir que el mensaje que me envían es: “detente, no
vas a poder”, y tomarlo con un descanso necesario que mi cuerpo me exige para
simplemente continuar.
El jueves me acabé mis cucharas…. Hay un escrito muy famoso entre los pacientes
lúpicos que encontré hace mucho tiempo en internet, y que he podido compartir
con muchos conocidos, y se llama LA TEORIA DE LA CUCHARA, platicando con José
le decía que no deja de ser frustrante tener que llevar una vida al ritmo de mi
enfermedad, porque al final la vida me exige otro ritmo, pero eso no es un
problema exclusivamente mío y de los pacientes con lupus, tal vez casi nadie lo
nota pero todos viven así, exigiéndole a su cuerpo más de lo que puede dar,
exigiéndole a su espíritu más de lo que es capaz de soportar, y exigiéndole a
sus relaciones más importantes (hijos, padres, hermanos) que comprendan porque
así tiene que ser, sacrificando lo que es esencial.
He pensado y le he dado
vueltas a mi cabeza con esto de la posibilidad del empleo que surgió, la
persona que me lo ofreció me pintó todas las ventajas porque sabe mi situación,
pero pensaba si realmente yo podría estar 8 horas encerrada en una oficina,
llevando a cabo un trabajo totalmente estandarizado y estructurado, teniendo
como recompensa un buen sueldo, ahorita realmente tengo la necesidad, pero mi
espíritu moriría mucho más rápido que la primera vez que renuncié, porque ya he
probado las mieles de hacer lo que te gusta, lo que disfrutas y que además te
vaya muy muy bien. Acepté el reto por
que en el fondo no se si se lleve a cabo, no se si cubra el perfil tomando en
cuenta que para cualquier persona “normal” pareciera que tengo ciertos problemas
con la autoridad, y bromeaba y le decía a José que lo más seguro es que no
saldré apta para llevar a cabo las funciones.
He dormido profundamente toda la tarde, y la mayor parte del
día la pasé recostada, tomé un paracetamol para contrarrestar la febrícula, y
en los momentos en que sentía un poco de mejoría me levantaba para teclear un
poco o navegar en internet.
Les comparto el escrito de la Teoría de las Cucharas, es
Fabuloso, explica de una forma muy didáctica lo que vivimos las personas que
tenemos la energía racionada, y el tener que estar tomando decisiones con
respecto a las prioridades, y a veces me resisto a hacerlo, en ocasiones me
siento tan bien, que me llevo el ritmo como lo viven la mayoría de las personas
en la actualidad, un ritmo en donde no hay pausa, no hay tregua para descansar,
para tomarse un respiro para disfrutar un poco de lo mucho que arriesgamos y
que nos podemos perder sin jamás poderlo recuperar.
Un gran consejo a todos los que me leen y pasan por aquí,
aprovechen al máximo sus cucharas, por suerte la enfermedad me obligó a
analizar mis prioridades y hagan una lista de los asuntos importantes, porque
nuestras escalas andan un poco perdidas y las consecuencias que pagamos son muy
caras, nos cobran precios que jamas pudimos imaginar… mientras tanto yo, seguiré cuidando mis cucharas...
"LA TEORIA DE LA CUCHARA" por Christine Miserandino
(fuente: www.butyoudontlooksick.com,)
Mi mejor amiga y yo estábamos en
una confitería, hablando. Como siempre, era muy tarde y estábamos comiendo
papas fritas con salsa. Como las chicas promedio de nuestra edad, pasábamos
mucho tiempo en las confiterías cuando estudiábamos en la facultad, y la mayor
parte del tiempo hablábamos de chicos, música o cosas triviales, que en ese
momento nos parecían muy importantes. Nunca hablábamos seriamente de nada en
particular, y pasábamos la mayor parte del tiempo riéndonos.
Mientras yo tomaba mi medicamento
junto con algo de comida, como hacía habitualmente, ella en lugar de continuar
con la conversación, se quedó mirándome de modo raro. Entonces, de la nada, me
preguntó cómo me sentía teniendo lupus y estando enferma. Yo estaba asombrada,
no solo porque ella me hiciera esa extraña pregunta, sino también porque yo
había asumido que ella sabía todo lo que se puede saber sobre el lupus. Me
había acompañado a ver a los médicos, me había visto caminar con un bastón, y
vomitar en el baño. Me había visto llorar de dolor… ¿qué más podría querer
saber? Empecé a divagar hablándole de las píldoras, los achaques y los dolores,
pero ella seguía indagando, y ninguna de mis respuestas la satisfacía. Entonces
me miró con esa cara que toda persona enferma conoce bien; esa cara de
curiosidad sobre algo que ninguna persona sana puede llegar a entender por
completo. Ella preguntaba qué era lo que yo sentía, no físicamente, sino cómo
me sentía estando enferma. Mientras intentaba guardar la compostura, le di un
vistazo a la mesa buscando algo que me ayudara, o me permitiera ganar tiempo
para pensar. Yo intentaba encontrar las palabras adecuadas. ¿Cómo responder una
pregunta que nunca había sido capaz de responderme?¿ Cómo explicar la forma en
que se desarrolla cada detalle de la vida diaria, y expresar con claridad las
emociones que atraviesa un persona enferma? Podría haberme dado por vencida,
haber cortado el tema con una broma, como hacía habitualmente, y haber cambiado
de tema, pero recuerdo que pensé que si no trataba de explicárselo, ¿cómo
podría esperar que ella lo entendiera? Si no podía explicárselo a mi mejor
amiga, ¿cómo podría explicárselo a los demás? Al menos tenía que intentarlo.
En ese momento nació la teoría de
la cuchara. Agarré todas las cucharas de la mesa; también agarré cucharas de
las otras mesas. La miré a los ojos y dije “Ok, veamos, vos tenés lupus”. Ella
me miró un poco confundida, como lo estaría cualquiera si se le ofreciera un
manojo de cucharas. Las cucharas hicieron un ruido metálico en mis manos,
mientras las agrupaba y las ponía en sus manos.
Le expliqué que la diferencia
entre estar enfermo y estar sano radica en tener que tomar decisiones o pensar
de manera consciente en cosas a las que el resto de la gente no necesita
prestarles atención. La persona sana se da el lujo de tener una vida sin tener que
elegir entre varias opciones; es algo que la mayoría de la gente da por
sentado. La mayoría de la gente, especialmente la gente joven, comienza el día
con una cantidad ilimitada de posibilidades, y con la energía para hacer
cualquier cosa que desee. La mayoría no tiene que preocuparse por los efectos
que tendrán sus acciones. Entonces para mi explicación, usé las cucharas para
ilustrar este punto.
Quería algo que ella pudiera
sostener y que yo pudiera quitarle, ya que la mayoría de la gente que se
enferma siente que ha perdido la vida como la conocía. Si yo tenía el control
de quitarle las cucharas, ella entendería lo que se siente cuando alguien o
algo, en este caso el lupus, te controla.
Ella agarró las cucharas con
entusiasmo. No entendía lo que yo estaba haciendo, pero siempre está lista para
pasar un buen rato, y sospecho que pensó que yo iba a terminar con alguna broma
como hacía siempre cuando tratábamos temas delicados. No sabía lo seria que yo
me iba a poner. Le pedí que contara sus cucharas. Me preguntó por qué, y le
expliqué que cuando sos una persona sana, esperás tener una provisión
interminable de “cucharas”. Pero cuando tenés que planificar tu día, necesitás
saber exactamente con cuántas cucharas lo estás comenzando. Ella contó 12
cucharas. Se rió y dijo que quería más. Le dije que no, y supe que este
jueguito iba a funcionar cuando me miró desilusionada, y ni siquiera habíamos
comenzado a jugar. Yo había querido tener más cucharas durante años y no había
encontrado la forma de conseguirlas, ¿por qué ella sí podría?
También le dije que siempre se
fijara en cuántas cucharas tenía, y que no las perdiera, porque no podía
olvidar que ella tenía lupus. Le pedí que hiciera una lista de todas sus tareas
diarias, incluyendo las más simples. A medida que nombraba faenas o incluso
cosas divertidas, le expliqué cómo cada una le iba a costar una cuchara. Cuando
estaba preparada para comenzar a trabajar en la primera tarea del día, la
detuve y le saqué una cuchara. Prácticamente salté sobre ella. Le dije “¡No!”
todavía no te levantaste de la cama. Tenés que entreabrir los ojos, y darte
cuenta de que es tarde. No dormiste bien la noche anterior. Tenés que
arrastrarte fuera de la cama, y entonces tenés que prepararte algo para comer
antes de que puedas hacer cualquier otra cosa, porque si no lo hacés, no podés
tomar tus medicamentos, y si no los tomás podrías desperdiciar todas tus
cucharas de hoy, y también las de mañana. Rápidamente le saqué una cuchara y
ella se dio cuenta de que ni siquiera se había vestido todavía. Ducharse,
lavarse el pelo y depilarse las piernas le costaría otra cuchara. De hecho,
andar por todas partes temprano en la mañana podría costarle más de una
cuchara, pero pensé que mejor le daría un respiro; no quería espantarla.
Vestirse valdría otra cuchara. Me detuve y dividí cada tarea, para mostrarle
que era necesario que pensara cada pequeño detalle. No podés simplemente
ponerte cualquier ropa cuando estás enferma. Le expliqué que yo tenía que ver,
físicamente, qué ropa podía ponerme; si mis manos me dolían, ese día descartaba
la ropa con botones. Si ese día tenía moretones, tenía que ponerme mangas
largas, si tenía fiebre necesitaría un pullover para mantenerme caliente, y así
con todo lo demás. Si tu pelo se está cayendo necesitás más tiempo para lucir
presentable, y tenés que incluir en el cálculo otros 5 minutos por sentirte mal
al haber perdido 2 horas para hacer todo eso. Supuse que ella había empezado a
entender, ya que teóricamente ni había empezado a trabajar, y ya había usado 3
cucharas.
Entonces le expliqué que tenía
que elegir el resto del día sabiamente, ya que cuando se acaban las cucharas,
simplemente no hay más. A veces uno puede tomar prestadas cucharas de mañana,
pero hay que pensar lo difícil que será mañana con menos cucharas.
También tuve que explicarle que
una persona enferma siempre vive con el pensamiento amenazante de que mañana
puede aparecer un resfrío, o una infección, o cualquier otra cosa que podría
ser muy peligrosa. Entonces uno no quiere quedarse sin cucharas, porque nunca
sabés cuándo podés realmente necesitarlas. No quería que se deprimiera, pero
necesitaba ser realista, y por desgracia estar preparada para lo peor es para
mí parte de cada día. Continuamos con el resto del día, y de a poco ella
entendió que saltearse el almuerzo le costaría una cuchara, así como ir parada
en un tren, o aún tipear en la computadora durante mucho tiempo. Se vio forzada
a tomar decisiones y a pensar en las cosas de manera diferente.
Hipotéticamente, ella tendría que
elegir no hacer los mandados, para poder comer la cena esa noche. Cuando
llegamos al final de ese supuesto día, ella dijo que tenía hambre. Yo le resumí
que ella tenía que cenar, pero solo le quedaba una cuchara. Si cocinaba, no
tendría energía suficiente para limpiar la vajilla. Si salía a cenar afuera,
podría estar demasiado cansada para volver conduciendo a casa. También le
expliqué que ni me había molestado en agregar a este juego que tendría tantas
náuseas que probablemente cocinar hubiera estado fuera de consideración de
todos modos. Ella decidió preparar sopa, eso era fácil. Le dije “son solo las 7
de la tarde y te falta el resto de la noche; supongamos que te haya quedado una
cuchara, entonces podrías hacer algo divertido, o limpiar tu departamento, o
hacer las tareas de la casa, pero no podrías hacer todas esas cosas”. Rara vez
la veo emocionada, así que cuando la vi apenada supe que tal vez estaba
logrando que ella comprendiera. Yo no quería que mi amiga estuviera triste,
pero al mismo tiempo estaba contenta porque quizás alguien finalmente me
entendiera un poquito. Tenía lágrimas en los ojos y me preguntó en voz baja
”Christine, ¿cómo lo hacés? ¿Realmente hacés esto todos los días?”.
Le expliqué que algunos días son
peores que otros; a veces tengo alguna cuchara más. Pero nunca puedo hacer que
el problema desaparezca ni puedo olvidarme de él; siempre tengo que pensar en
ello. Le alcancé una cuchara que había estado reservando. Simplemente le dije:
“he aprendido a vivir la vida con una cuchara extra en mi bolsillo, como
reserva. Hay que estar siempre preparada”.
Lo duro, lo más duro que he tenido
que aprender es a ir despacio, y a no hacer todo. Es mi lucha diaria. Odio
sentirme excluida, tener que elegir quedarme en casa, o no hacer las cosas que
quisiera. Yo quería que ella sintiera esa frustración. Quería que ella
entendiera, que todo lo que la gente hace fácilmente, para mí es como 100
pequeñas tareas todas juntas. Tengo que pensar en el clima, en mi temperatura
ese día, y en planificar el día entero antes de que pueda encarar una cosa en
particular. Mientras que la gente puede simplemente hacer las cosas, yo tengo
que enfrentarlas y planearlas como si se tratara de una estrategia de guerra.
Es en el estilo de vida donde radica la diferencia entre estar enfermo y estar
sano.
Estar sano es tener la habilidad
de no pensar y solo hacer. Extraño esa libertad. Extraño no tener que contar
cucharas. Después de que nos emocionáramos y habláramos un poquito más sobre
todo esto, sentí que ella estaba triste. Quizás finalmente había entendido. Tal
vez se había dado cuenta de que, francamente, nunca podría decir que entendía.
Pero al menos ahora no se quejaría tanto cuando viera que yo no puedo salir a
cenar algunas noches, o que yo no la visito y ella siempre tiene que venir a mi
casa. Le di un abrazo cuando salimos de la confitería. Yo tenía la última
cuchara en mi mano y le dije: “no te preocupes. Yo lo veo como algo positivo.
Me he visto forzada a pensar en
todo lo que hago. ¿Tenés idea de cuántas cucharas desperdicia la gente cada
día? Yo no puedo desperdiciar el tiempo, o desperdiciar las “cucharas” y elegí
pasar este tiempo con vos!”. Desde esa noche, he usado la teoría de la cuchara
para explicarle mi vida a mucha gente. De hecho, mi familia y mis amigos se
refieren a las cucharas todo el tiempo. Se ha convertido en un palabra clave
para lo que puedo y lo que no puedo hacer. Una vez que la gente entiende la
teoría de la cuchara, parece que me entienden mejor, pero también creo que
ellos viven su vida de manera un poco diferente. Pienso que es bueno, no solo
para entender a las personas afectadas por lupus, sino para entender a
cualquiera que enfrente una enfermedad o una discapacidad. Con un poco de
suerte, ellos dejan de dar todo por sentado. Yo doy un pedacito de mi ser, en todo
el sentido de las palabras cuando hago algo. Esto se ha convertido en una broma
interna. Me he vuelto famosa por decirle en broma a la gente que deberían
sentirse especiales cuando paso mi tiempo con ellos, porque así tienen una de
mis “cucharas”.
Hasta Mañana...
Christine Miserandino |
1 comentario:
Bendito dios, q puedo hacer muchas cosas, pero eso d la comida se encarga mi mami!!! He logrado muchas cosas ytniendo esta enfermedad, he aprendido a ni dar muchas vueltas en la toma de desiciones mi lema " la vida solo es una y hay q vivirla!!!!
Publicar un comentario